Por: Gustavo Valderrama Economista, especialista en Gestión Integral de Riesgos Bancarios y Macroeconomía. Maestría en Economía y Finanzas -INCAE. Ex-Viceministro de Economía (2018 – 2019).
Durante los últimos años, el mercado ha sido dominado por las llamadas Siete Magníficas, ese selecto grupo de gigantes tecnológicos que concentran cerca del 40% del valor del mercado. Son las que crecen, las que lideran la narrativa, las que desarrollan productos y servicios que supuestamente revolucionarán el mundo empresarial.
Pero detrás de ese crecimiento hay un fenómeno silencioso y preocupante, los rendimientos del resto, es una brecha creciente entre las empresas tecnológicas y el resto del ecosistema productivo.
Las grandes tecnológicas venden herramientas que prometen eficiencia, automatización e inteligencia. Sin embargo, esas mismas herramientas no están siendo incorporadas de manera efectiva por las empresas tradicionales. Las organizaciones maduras, con estructuras rígidas o culturas ancladas en la operación, no logran integrar la tecnología como un verdadero motor de productividad.
Y los resultados que se evidencian son:
▶️Las empresas tecnológicas siguen creciendo por las expectativas del mercado.
▶️Las empresas tradicionales compran soluciones, pero solo pocas generan valor tangible.
▶️Y la brecha se ensancha cada vez más. Y todo indica que estamos ante una distorsión estructural.
Cada semana, muchos directivos reciben entre 10 y 20 invitaciones para probar un nuevo software, una nueva plataforma o una supuesta herramienta milagrosa que “resolverá todos los problemas” de la empresa.
Y la duda, que surge es, si todos están vendiendo productividad, ¿por qué la productividad global no crece al mismo ritmo?🤔
Y las posibles respuestas:
1️⃣ No se están usando correctamente las herramientas.
2️⃣Se está comprando por inercia, sin estrategia ni integración.
3️⃣Se están comprando tecnologías que no están diseñadas para las necesidades
Mientras tanto, las empresas tecnológicas enfrentan un dilema, su crecimiento solo será sostenible si logran demostrar que su tecnología realmente genera valor en el resto de la economía. Si no lo hacen, la sobrevaloración que hoy las favorece puede volverse su talón de Aquiles.
El verdadero reto no es crear más tecnología, sino lograr que la tecnología se incorpore y se traduzca en productividad del mundo real.
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