Por: Pablo J. Gutiérrez F. III, financista especializado en gestión de riesgos y seguros.

Para muchos, hablar de calificación de riesgo, de grado de inversión, o de agencias calificadoras, es hablar de un universo distante, donde se tratan millones de dólares como si fuese sencillo que se lleva en el bolsillo. Para nuestro amigo Pedro, quien sigue aun pagando su deuda de la tarjeta de crédito, estos asuntos se sienten de poca importancia y sin impacto en su billetera. Sin embargo, esto no puede ser menos cierto, ya que la calificación de riesgo de Panamá tiene un impacto directo en el chen chen del panameño de a pie.   

Existen tres grandes agencias calificadoras, las cuales son Moody’s, S&P y Fitch. Estas, básicamente, brindan una nota (la calificación de riesgo), que puede llegar a ser un “sello de calidad” (el grado de inversión) si ven que un país está haciendo las cosas bien a nivel económico, financiero, e institucional. Hoy, Panamá mantiene el grado de inversión con Moody’s y S&P, aunque en el nivel más bajo posible y con fuertes desafíos por delante, como se mencionó en el reciente evento organizado por Moody’s. Fitch, en cambio, ya nos degradó en 2024 a “bono basura”; en otras palabras, para Fitch perdimos ese “sello de calidad” que tuvimos por algunos años. Eso deja al país en una situación delicada, seguimos en la lista “aceptable” para algunos inversionistas, pero en la cuerda floja.

Cuando un país cuenta con ese “sello de calidad”, le es más fácil, y barato, conseguir deuda. Supongamos, por ejemplo, que el país necesita endeudarse para cubrir su presupuesto. Si tuviese grado de inversión, el interés que paga puede rondar 3% o 4%. Si no lo tuviese, ese interés sube al 6% o 7% (o incluso mucho más). Puede sonar como un tecnicismo, pero realmente no lo es; esos puntos porcentuales extra representan cientos de millones de dólares adicionales en intereses cada año. Y no olvidemos que esto es dinero que sale de los bolsillos de quienes pagamos impuestos y que deja de ir a mejorar el acceso a la educación, a la salud, o a mejor infraestructura, por lo que termina finalmente afectando a todos.

Volviendo a Pedro, el ve esa falta de “sello de calidad” de la siguiente manera:

  • Préstamos más caros: si a Panamá le suben los intereses, a los bancos también, y Pedro pagará más por su hipoteca o tarjeta – la cual sabemos que tiene hasta el tope.
  • Menos oportunidades: con cada vez más chen chen gastándose en deuda y menos en inversión, habrá menos proyectos y potenciales empleos para el y los suyos.
  • Más presión fiscal: eventualmente, la tentación de subir impuestos aparece para cubrir el hueco, y potencialmente vería lo que le llega de su quincena reducido (por más impuesto sobre la renta) y las cosas más caras (por más ITBMS) .

A Pedro ahora le queda claro el escenario negativo. Que otra agencia nos baje la nota y quedemos oficialmente fuera del grado de inversión le pega directo a su calidad de vida.

Pero existe también el escenario positivo, que recuperemos el grado de inversión con Fitch. Eso enviaría un fuerte mensaje positivo a los mercados, potencialmente bajando las tasas de interés, y abriría la puerta a más inversión extranjera. Para Pedro, el beneficio sería muy tangible, préstamos más accesibles, más movimiento en la economía, y con el ogro del aumento de los impuestos lejos de su bolsillo.

Así como la deuda de tarjetas aprieta al panameño de a pie cuando gasta más de lo que gana, la deuda pública también nos puede poner contra la pared. Cuidar la economía y finanzas del país, y conseguir ese “sello de calidad” que es el grado de inversión, es cuidar la billetera de todos. Mientras mejor entendamos como esto nos impacta, más preparados estaremos para exigir responsabilidad y tomar mejores decisiones financieras en nuestro día a día.

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